El Canguro y el Koala
En las orillas de un río cristalino vivía un canguro llamado Brinco, que siempre había soñado con ver tierras lejanas. Pasaba sus días saltando por las praderas cercanas al río, mirando el horizonte y preguntándose qué habría más allá. Pero Brinco nunca se había atrevido a dejar su hogar, temiendo lo desconocido.
Un día, decidió que ya no quería vivir con esa duda. Así que, con el corazón lleno de emoción y algo de nerviosismo, Brinco comenzó su viaje hacia lo desconocido. Al principio, todo parecía un sueño. Cruzó verdes praderas, escaló montañas pequeñas, y sintió la libertad en el viento. Sin embargo, cuanto más lejos llegaba, más difícil se hacía el camino.
Pronto, Brinco se encontró en un denso bosque de eucaliptos. Los árboles eran tan altos que apenas se podía ver el cielo, y los caminos comenzaron a desaparecer entre la maleza. A medida que avanzaba, Brinco perdió el rumbo. Se dio cuenta de que estaba completamente perdido y que el sol comenzaba a ocultarse.
El miedo empezó a apoderarse de él, pero siguió caminando, esperando encontrar una salida. Después de horas de búsqueda sin éxito, escuchó un ruido en las copas de los árboles. Cuando levantó la vista, vio a un koala bajando lentamente de uno de los eucaliptos. Se llamaba Kiko, y parecía tan tranquilo como el propio bosque.
—¿Estás perdido? —preguntó Kiko con una voz suave.
—Sí... —admitió Brinco—. He viajado lejos de mi hogar, pero ahora no sé cómo salir de este bosque.
Kiko sonrió y, con calma, dijo:
—Este bosque es mi hogar. Puedo ayudarte a encontrar el camino.
Brinco suspiró aliviado, pero justo cuando iban a comenzar, una fuerte tormenta se desató. Los vientos aullaban y las ramas caían a su alrededor. El suelo se volvió resbaladizo y peligroso, y en medio del caos, Brinco tropezó y quedó atrapado entre unas raíces.
—¡Ayuda! —gritó Brinco mientras la lluvia lo empapaba.
Kiko, sin perder la calma, trepó rápidamente a un árbol y usó una larga rama para liberar a Brinco. Juntos buscaron refugio en una cueva cercana, donde esperaron a que la tormenta pasara. Brinco, aún temblando, agradeció a Kiko por salvarlo.
—De nada —dijo Kiko, con su habitual tranquilidad—. En el bosque, uno aprende que la paciencia y la calma son clave para superar los problemas.
Al día siguiente, con el sol brillando de nuevo, Kiko guió a Brinco fuera del denso bosque. Al llegar a la salida, Brinco miró hacia atrás y se dio cuenta de todo lo que había aprendido en su viaje. El miedo inicial había sido reemplazado por una sensación de gratitud y respeto por la naturaleza y sus desafíos.
—Gracias, Kiko —dijo Brinco—. No solo me ayudaste a salir del bosque, sino que también me enseñaste a ser más fuerte.
Kiko sonrió y respondió:
—Todos necesitamos un poco de ayuda a veces. El verdadero viaje está en cómo enfrentamos los obstáculos.