El gato de Lucas

Había una vez un niño llamado Lucas, soñador de cohetes, planetas y luces. Siempre miraba la Luna con gran emoción, pues quería ser piloto de una gran misión. En su cuarto guardaba un casco brillante y un cohete de cartón, pequeño pero elegante. Saltaba en su cama diciendo: —¡Despeguen! Soñaba que el cielo sería su hogar. Pero Lucas no vivía solo en la Tierra: tenía un gatito llamado Canela, suave, juguetón y con bigotes traviesos, que dormía en su cama sin pedir permiso. Un día importante llegó al vecindario: un concurso espacial. ¡Era extraordinario! —Si gano este reto, me acercaré a mi meta. Quizás algún día explore el planeta —pensó. Pero justo ese día, Canela cayó enfermo. Maullaba despacito, con frío y sin aliento. El médico dijo: —Debes cuidarlo, darle calor, alimento y amarlo. Lucas pensó fuerte, miró las estrellas y, en los ojitos de Canela, vio huellas: —Puedo esperar para ser astronauta, pero mi gatito hoy sí me necesita. Así que, en su casa, se volvió enfermero, con sopas, mantitas y un trato especial. Le leía cuentos de planetas lejanos, mientras Canela ronroneaba en su panza. Pasaron los días y el gato pudo sanar. Lucas sonrió y le dijo: —Ya habrá tiempo mañana para ir a Marte; hoy prefiero cuidarte. Esa noche, juntos miraron la Luna, soñando aventuras y paseos interestelares.

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