El secreto del huevo dorado

Era una mañana fresca en el bosque, pero, aun así, se sentía una gran emoción en el aire. Era Pascua, y dos pequeños osos recorrían los senderos con canastas en sus patitas, ansiosos por encontrar huevos de colores escondidos entre los arbustos y árboles.
Lo hacían todos los años, pero esta vez había algo distinto. Se sentían más grandes, fuertes y decididos que nunca. Ya no podían ignorar la leyenda que hablaba de un Huevo Dorado mágico, oculto en algún rincón del bosque. Quien lo encontrara recibiría una sorpresa muy especial. Nadie sabía exactamente qué era, pero todos querían ser el afortunado.
Gala y Timoteo, hermanos inseparables, decidieron unir fuerzas, como siempre. Por la tarde, después de compartir un panal de miel, se encontraron en un claro, donde un cartel de madera tallada decía:
PISTAS HACIA EL HUEVO DORADO
Timoteo movió sus orejitas con entusiasmo.
—¿Estás lista para una aventura?
Gala sonrió.
—¡Más que lista! Pero… ¿por dónde empezamos?
En ese momento, un venado que pasaba por allí les dijo:
—¡Atención, jóvenes aventureros del bosque! La primera pista se encuentra en la casa del búho. Pero no se demoren, hace un rato vi a dos ardillas correr hacia allá… ¡y son rapidísimas!
Gala y Timoteo se miraron emocionados.
—¡A la casa del búho!
La primera pista…
La casa de don Búho olía a miel tibia y cacao.
—¿Buscan la primera pista, pequeñitos? —preguntó, señalando un tapete que parecía esconder algo debajo.
Timoteo lo levantó con cuidado y encontró una pequeña nota. La leyó en voz alta:
Para hallar el huevo que brilla sin par,
ve donde los cuentos se cuentan sin parar.
Gala dio unas palmadas.
—¡A la biblioteca del zorro Jorge!
La segunda pista…
En la casa del zorro Jorge, donde los animales se reunían a escuchar historias, había un libro abierto entre la hojarasca dorada que caía del árbol. Dentro, otra nota esperaba:
Para la próxima pista, atención debes prestar,
¡ve donde los conejitos no paran de saltar!
Timoteo lo pensó un momento.
—¡En el claro de los conejos saltarines!
La tercera pista…
En el claro, unos conejitos jugaban y saltaban entre las flores silvestres. Un pequeño ratón granjero los saludó y les entregó una zanahoria con una nota atada:
Ya estás cerca, no pierdas el paso,
busca el árbol más alto y mira bajo su abrazo.
Gala se iluminó.
—¡El viejo algarrobo del centro del bosque!
Corrieron hasta el gran algarrobo, que se alzaba majestuoso en medio del bosque. Gala y Timoteo buscaron entre sus raíces, apartando hojas secas y ramitas con sus patitas.
Entonces, Timoteo vio algo brillar…
—¡Gala, lo encontré! —gritó, sacando un Huevo Dorado reluciente.
En él estaba escrito lo siguiente:
El mayor tesoro no es oro ni dulzura,
sino la amistad, la risa y la ternura.
Ustedes jugaron, compartieron y soñaron,
¡así que su premio es que todos celebraron!
Detrás de ellos comenzaron a sonar tambores hechos de troncos y hojas. Los animales salieron de sus escondites a festejar: ¡había una gran fiesta de Pascua, con frutos silvestres, música y una torta gigante de bayas!
Gala sonrió.
—¡El verdadero tesoro es compartir con los amigos!
Timoteo asintió.
—¡Esta fue la mejor Pascua del bosque!
Y, mientras bailaban bajo las luciérnagas junto a los demás, supieron que la magia del Huevo Dorado era reunir a todos en alegría y amistad.