El castillo de ensueño
Lila era una niña curiosa de nueve años con un gran espíritu aventurero. Siempre llevaba en su bolsillo un cuaderno para anotar "descubrimientos importantes", aunque la mayoría de las veces terminaba llenándolo con dibujos de nubes con caras felices. Su compañero inseparable era Salchi, un perrito de orejas caídas, que tenía la mala costumbre de hablar con la boca llena, pero siempre la acompañaba en sus aventuras.
—Espero que algún día aprendas modales —le decía Lila, mientras lo veía masticar con entusiasmo.
Una tarde de esas aburridas e interminables, Lila notó algo interesante: la casa de al lado, que estaba vacía y en venta, tenía una ventana abierta.
—¿Qué habrá ahí dentro? —se preguntó en voz alta. Decidida a investigar, apiló unas cajas y levantó a Salchi para que entrara primero.
—¡Vamos, Salchi! ¡Te toca ir primero! —y, con una sonrisa, lo ayudó a pasar.
Mientras Salchi husmeaba en varias habitaciones llenas de "nada interesante", Lila tropezó con algo grande cubierto por una lona vieja.
—¿Qué crees que sea? —preguntó, tirando de la tela con todas sus fuerzas.
Cuando logró destapar el objeto, sus ojos se abrieron como platos.
—¡Mirá esto, Salchi! ¿Qué te parece? —exclamó Lila, sorprendida.
—¡Guau! —respondió Salchi, moviendo su cola con entusiasmo.
—Sí, yo también creo que es increíble —dijo Lila, emocionada.
Era un globo aerostático antiguo. La tela del globo estaba cubierta de polvo, pero los detalles finos en los cables de la cesta y las ornamentaciones doradas le daban un aire mágico.
—¡Es hermoso! —exclamó Lila, mientras Salchi olfateaba las cuerdas de la cesta—. Pero, ¿qué hace aquí?
Sin pensarlo demasiado, Lila se subió a la cesta del globo y ayudó a subir a Salchi a su lado. Frente a ella había una palanca decorada con delicadas líneas doradas y una bola de vidrio. Era imposible ignorarla, así que decidió tirar de la palanca.
De repente, el globo comenzó a brillar. El aire caliente comenzó a llenar el globo y, con un fuerte tirón, ¡salió disparado de la casa y voló hacia el cielo!
—¡Estamos volando! —gritó Lila, sujetándose del borde de la cesta—. ¡Esto es imposible! ¿Cómo puede ser que un globo haga esto?
Salchi, que estaba a su lado, respondió con calma:
—No me preguntes a mí, solo soy un perro.
—¿Qué dijiste, Salchi? —preguntó Lila, sorprendida.
—Guau —respondió Salchi, moviendo la cola.
—¡Sí, yo también creo que es increíble! —respondió Lila, un poco más tranquila.
Poco a poco, el globo comenzó a tomar altura. Volaba por encima de los árboles y más de un pájaro curioso se acercó a ver tan extraño artefacto. El viento soplaba y las nubes se deslizaban como algodones a su alrededor. Lila miró la palanca nuevamente y empezó a pensar: ¿Qué hago ahora? Si muevo la palanca, ¿iré más alto o volveré? ¿Realmente quiero volver? Tengo miedo, pero a la vez, esta es la aventura que siempre esperé, pensaba, mientras Salchi se acomodaba en la cesta para dormir la siesta, como si todo esto fuera para él lo más natural del mundo.
—¿Dónde estamos? —preguntó Lila, mirando por las ventanas. Todo lo que podía ver era un mar de nubes que parecía no tener fin, hasta que, en la distancia, logró ver algo que se destacaba: parecía ser la torre de un castillo.
El globo comenzó a descender suavemente hacia la entrada del castillo, como si ya supiera a dónde ir. Lila sintió una mezcla de curiosidad y nervios. No sabía quién o qué podría estar esperando dentro, pero algo le decía que su aventura apenas estaba comenzando.
—Salchi, ¿qué haremos ahora? —preguntó Lila, mirando al perro, que parecía relajado como siempre.
Con un suspiro de determinación, Lila agarró la palanca nuevamente, lista para ver qué secretos guardaba ese castillo.
Cuando el globo aterrizó suavemente en el jardín de un castillo suspendido entre las nubes, Salchi bajó de un salto y Lila lo siguió por detrás.
Allí había un grupo de figuras alegres. Estaban allí, como si la estuvieran esperando. Eran seres extraños, vestidos con ropas coloridas y sombreros extravagantes, que sonreían con una cordialidad que no parecía del todo normal. Lila sintió que había llegado a un lugar fuera de lo común, pero no tenía miedo. Al contrario, algo en su interior le decía que esta era la oportunidad de vivir la aventura que siempre había soñado.
—¡Bienvenida, bienvenida! —exclamó un ser pequeño de aspecto peculiar, con bigotes largos y un sombrero de copa alta—. ¡La fiesta está a punto de comenzar!
—¡Ya sé! —dijo Lila, sonriendo—. Este es el país de las maravillas que visitó Alicia, ¿verdad?
El pequeño personaje la miró y dijo:
—Aquí no conocemos a ninguna Alicia —con cierta incomodidad, y rápidamente intentó cambiar de tema—. ¿Te gustaría un poco de té?
En el centro del jardín había una mesa larga, llena de dulces y golosinas de todos los colores y formas. A su alrededor, varios juegos insólitos se desarrollaban: una carrera de caracoles, un concurso de hipo, pero lo que más llamó la atención de Lila fue la calesita gigante que parecía nunca detenerse.
Lila observó por un momento, esperó, esperó y esperó, hasta que se cansó y decidió subirse de un salto. Ya no podía esperar más. Después de diez o quince vueltas, y viendo que la calesita no iba a detenerse, decidió bajarse, también de un salto. No fue su mejor idea.
Salchi la miraba preocupado y le preguntó:
—¿Estás bien?
Lila, algo mareada, le respondió:
—Sí, solo un poco mareada… —y con esfuerzo, se recostó en el suelo, cerrando los ojos para calmarse.
Cuando despertó, se encontraba en su cama, con la luz del sol entrando suavemente por la ventana. Estaba aturdida, como si hubiera despertado de un sueño profundo. "Debe haber sido un sueño", pensó, algo decepcionada, mientras se frotaba los ojos.
Se levantó lentamente y se dirigió al baño, aún con la sensación de confusión en su mente. Al mirarse en el espejo, comenzó a cepillarse los dientes, pero algo llamó su atención: había tres pétalos blancos. Lila se quedó mirando, sin poder creer lo que veía.
Entonces se preguntó:
—¿Realmente fue un sueño?