Compartiendo con R-3X

Había una vez un grupo de niños que vivía cerca de un hermoso bosque. Entre ellos estaba Laila, una chica alegre y curiosa, a la que le encantaba explorar el bosque en busca de frutas frescas y descubrir todos sus rincones.

Un día, después de una larga caminata, encontró una manzana roja, jugosa y perfecta, colgando de un árbol. Laila la arrancó con cuidado y la sostuvo en sus manos, contenta de su hallazgo, y se dirigió hacia el arroyo para comerla en paz.

Cuando llegó a la orilla, se llevó una gran sorpresa al ver algo que nunca había visto antes: un pequeño robot metálico, con antenas y luces parpadeantes, observando todo a su alrededor.

El robot, llamado R-3X, venía de una galaxia lejana y estaba explorando la Tierra para aprender sobre sus habitantes y sus costumbres. Al ver a Laila con la manzana, R-3X se acercó con curiosidad.

"Saludo, terrícola. Detecto una esfera roja y brillante en tu posesión. ¿Es un recurso de alta importancia en este planeta?" preguntó R-3X con su voz metálica.

Laila sonrió, un poco nerviosa, y le explicó que esa "esfera" era simplemente una manzana, una de sus frutas favoritas, y algo que estaba muy feliz de haber encontrado.

R-3X, intrigado, comenzó a analizar la manzana con una luz azul que salía de su antena. "Mis sensores indican que esta fruta es nutritiva y deliciosa", dijo el robot. "¿Podrías concedérmela para mi análisis?"

Laila dudó; después de todo, había buscado esa manzana durante toda la tarde. Sin embargo, pensó que, tal vez, el robot tenía buenas intenciones y podría compartirla.

"¿Qué te parece si la compartimos, R-3X? Podrías probar un poco y ver por ti mismo por qué es tan especial", propuso Laila.

El robot, que aún no entendía del todo el concepto de "compartir", aceptó la oferta con un leve parpadeo de sus luces.

Cuando Laila partió la manzana y le ofreció un pedazo, R-3X activó un compartimento que le permitió analizar la fruta. Al probarla, sus sistemas detectaron algo inesperado: una mezcla de sabores y sensaciones que lo llenaron de datos sorprendentes.

"Esta experiencia supera mis cálculos. Es… agradable", anunció R-3X con asombro.

Justo en ese momento, una niña llamada Ana, que había estado observando desde un árbol cercano, se acercó y les ofreció unas nueces que había recolectado. "¡Aquí tienen! Estas también son deliciosas", dijo Ana, sonriendo.

Poco a poco, otros niños que jugaban cerca del arroyo se unieron, cada uno trayendo algo que habían encontrado en el bosque: fresas, moras, y un poco de pan casero.

R-3X, maravillado por la generosidad de los niños, activó sus sensores de grabación y registró todo. Al final de la comida, anunció: "Conclusión: los habitantes de este planeta disfrutan más cuando comparten. La experiencia se multiplica y genera alegría colectiva. Este concepto es desconocido en mi planeta".

Laila y sus amigos sonrieron, felices de haberle enseñado a su nuevo amigo algo importante sobre la vida en la Tierra.

Al despedirse, R-3X prometió regresar algún día para aprender más y compartir sus conocimientos con los habitantes de su galaxia.

Desde entonces, Laila, Ana y los demás niños esperaron con ilusión el regreso de R-3X, sabiendo que gracias a una simple manzana, su bosque había sido recordado en las estrellas como un lugar donde la amistad y la generosidad eran los mayores tesoros.

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