Alma y la hada Lúa

En un pequeño pueblo rodeado de colinas, vivía una niña llamada Alma. Alma era aventurera y le encantaba explorar los rincones secretos del bosque cercano. Un día, mientras recogía flores junto a un viejo roble, algo extraño ocurrió: un destello luminoso cruzó el cielo y cayó suavemente entre los árboles.

—¡Debe ser algo mágico! —pensó Alma con los ojos brillando de emoción.

Corrió hacia el lugar donde había caído el destello, y allí, entre los matorrales, encontró una pequeña hada. Su luz estaba tenue, y sus alas, rotas.

—¡Una hada! —exclamó Alma maravillada—. ¡Qué increíble! Te llamaré Lúa y serás mi amiga.

El hada la miró con ojos tristes.

—Soy Lúa, pero no quiero ser una mascota ni quedarme aquí. Necesito volver al Valle de las Hadas, donde están mis hermanas, pero no puedo volar… mis alas están lastimadas —explicó con voz débil.

Alma pensó un momento. Siempre había deseado tener algo especial, algo que todos en el pueblo admiraran. "Una hada conmigo sería perfecto", pensó. Pero algo en la mirada de Lúa le hizo dudar.

—Te cuidaré bien —dijo Alma con entusiasmo—. Podemos ser amigas y vivir juntas. Yo te protegeré.

Lúa, sin embargo, se quedó en silencio. No había felicidad en su expresión, y Alma lo notó. Esa noche, llevó a Lúa a su habitación, intentando que estuviera cómoda en un frasco grande decorado con hojas suaves y flores, pero el brillo de Lúa seguía apagándose.

A la mañana siguiente, Alma sintió un nudo en el estómago. Sabía que algo no estaba bien. Decidió ir a ver a la anciana Ágata, la mujer más sabia del pueblo.

—Ágata, encontré un hada, pero no parece feliz, aunque la estoy cuidando mucho. ¿Qué puedo hacer? —preguntó Alma, con el corazón inquieto.

Ágata, con su sabiduría, la miró con ternura.

—Las hadas no pertenecen a las jaulas, aunque sean doradas, querida —respondió—. Ellas necesitan libertad para volar, para estar con su familia. Si realmente quieres ayudarla, no pienses en lo que tú deseas, sino en lo que ella necesita.

Alma bajó la mirada. En su corazón, sabía que Ágata tenía razón, pero la idea de perder a Lúa la entristecía. Aun así, entendió que lo correcto no siempre es lo más fácil.

Esa misma tarde, llevó a Lúa de regreso al claro donde la había encontrado.

—Lo siento, Lúa. Fui egoísta —dijo Alma con lágrimas en los ojos—. Te ayudaré a regresar a tu hogar.

Con ayuda de ramas y telas, Alma fabricó un pequeño arnés que sujetó a Lúa. Luego, llamó a su amigo Luis, quien volaba cometas, y juntos encontraron la forma de elevar a Lúa con una cometa mágica hecha de pétalos y luz.

Alma y Luis corrieron por el campo, lanzando la cometa al cielo. A medida que subía, la luz de Lúa comenzaba a brillar más fuerte. Con un destello final, el hada soltó el arnés y, con un vuelo delicado, se elevó hacia el horizonte.

Alma la vio desaparecer entre las nubes, sintiendo una mezcla de tristeza y felicidad. Sabía que Lúa había regresado a su hogar.

—Gracias, Alma —susurró Lúa desde el viento—. Me diste algo mucho más grande que la libertad: me devolviste la esperanza.

Esa noche, Alma se acostó mirando el cielo estrellado. No tenía un hada en su habitación, pero su corazón estaba lleno de una nueva luz. Aprendió que ayudar a los demás a encontrar su camino es lo más mágico que uno puede hacer.

¿Te gustó este cuento?